Un día, mientras estaba recostado en una mesa de masaje en un cuarto oscuro y silencioso, esperando una cita, me invadió una oleada de añoranza. Verifiqué que estaba despierto y que no soñaba, y vi que estaba tan alejado como uno puede estar de un estado soñoliento. Cada pensamiento que tuve era como una gota de agua que moviera la superficie de un estanque quieto, y me maravillé de la paz en cada momento que pasaba.
De repente apareció la cara de mi madre – mi madre como había estado antes de que la enfermedad de Alzheimer le quitara su mente, su humanidad y 20 kilos. Su melena maravillosa de cabello plateado como una corona sobre su dulce cara. Estaba tan real y tan cerca que sentía que podría estirar la mano y tocarla. Incluso olí el aroma de Joy, su perfume favorito. Parecía estar esperando, pero no habló.
Le dije, “Madre, lamento mucho que tuviste que sufrir con esa horrible enfermedad.” Ella inclinó ligeramente su cabeza, como si reconociera lo que yo había dicho acerca del sufrimiento. Luego sonrió – una bella sonrisa – y dijo muy claramente, “Pero lo único que recuerdo es amor.” Y desapareció.
Empecé a temblar en un cuarto que de repente se hizo frío, y sabía en mis huesos que el amor que damos y recibimos es todo lo que importa y es todo lo que se recuerda. El sufrimiento desaparece; el amor permanece. Sus palabras son las más importantes que he escuchado, y ese momento está grabado en mi corazón para siempre.
Por Bobbie Probstein
Esta historia cortesía de http://www.homeholidaysfamilyandfun.com
Traducido por David MacKay
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